• Sobre un debate intelectual poco centrado

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    Sobre un debate intelectual poco centrado
    El hablar en Cuba de un “centrismo” político no solo reconoce una existencia, sino que la amplía, pese a los intentos de voluntades en su
    contra
    Alejandro Armengol, Miami | 17/07/2017 1:56 am

    Analizar el llamado debate sobre el “centrismo”, que en la actualidad se lleva a cabo en Cuba, permite una lectura que prescinde de la óptica del exilio y entra a considerar la discusión solo en los términos que le
    dieron origen: la realidad de la Isla.
    Por supuesto que no es la única observación, y parte de la premisa de no
    ser excluyente, lo que no le resta ser necesaria. Un enfoque en estos
    términos — más sociológico que político, en el sentido de inmediatez y práctica del segundo— prescinde de las características personales de los implicados —cualquier juicio de valor al respecto— y se limita al fenómeno: el porqué de su existencia en estos momentos y sus posibles implicaciones.
    Lo primero que llama la atención es que en Cuba —es decir en la prensa oficial y los medios oficiosos— se hable de centro político o de una posición de neutralidad ideológica o política, o se plantee el peligro
    de una “tercera vía”. Este simple hecho no solo reconoce una existencia, sino que la amplía, pese a los intentos de voluntades contrarias.
    Desde el punto de vista lingüístico el hablar de algo —no importa
    incluso si en una circunscripción imaginaria— abre la puerta a su existencia; sin importar tampoco la dimensión temporal: sea hoy o en el futuro. Más aún en un lenguaje de discusión política. De ahí la importancia de la censura, tan apreciada en sistemas totalitarios y autoritarios. Así que, para quienes el “centrismo”, lo primero a
    decirles es que su empeño contribuye a la propagación de eso que combaten.
    Y aquí nos encontramos algo a tener en cuenta: el Gobierno de La Habana
    —de momento— ha prescindido de la censura. Aunque cabe destacar de tal discusión lleva implícita una advertencia, tampoco se debe olvidar que
    en otras ocasiones dichas “advertencias” han utilizados formas más directas y perentorias: la policial.
    Esto nos lleva a otro aspecto importante también a mencionar, y es la adopción de un criterio de discusión —o advertencia— en vez de recurrir al expediente policial.
    Puede argumentarse que una discusión de esta naturaleza no afecta
    directamente al poder o no llega a la calle, pero dicho argumento
    enfrenta en su contra un historial de represión, por parte de dicho
    Gobierno, donde un simple corto cinematográfico o una canción han
    desatado las alarmas.
    ¿Se desprende del señalamiento de estos dos aspectos una afirmación de
    que hay una mayor libertad? No necesariamente, si lo llevamos a una
    valoración desde una óptica política inmediata o incluso ética y moral —que desde el inicio se aclaró quedaban aquí fuera—, sino que
    simplemente indica una nueva situación existente. Como este párrafo
    podría dar la impresión de ser elusivo, vale añadir que es cierto que en
    la Cuba actual hay mayores libertades —“formales” si se adopta una terminología marxista— que décadas o años atrás.
    Lo que ha asumido el Gobierno de Raúl Castro es una actitud distinta
    ante los intelectuales y artistas. Ello puede llevar a confusiones en
    cuanto a su alcance.
    En primer lugar, hay que reconocer esta apertura. En segundo, añadir que
    es pautada desde arriba y acorde a un criterio pragmático. Cabe la
    pregunta si este cambio no ha obedecido al hecho de que los límites de
    “lo permitido” están lo suficientemente interiorizados que hacen innecesaria la utilización de la policía —es decir, el terror— para recordarle tales límites a los intelectuales y artistas. También indicar
    que la sucesión de décadas, desde el 1ro. de enero de 1959, ha tenido
    como consecuencia lógica una adaptación de las generaciones posteriores
    al sistema imperante. Pero precisamente la existencia de este debate
    brinda una respuesta al anterior argumento, en dos sentidos.
    Uno, que la aparente alarma, entre un sector de la intelectualidad
    oficialista, ante la existencia de posiciones “centristas” indica tanto
    una falta de estabilidad, al menos ideológica, del sistema —si se
    comenta, existe el problema— como el temor al respecto.
    La amplitud entonces en los márgenes de “lo permitido” no obedece a una consolidación, sino simplemente a un adaptarse a las circunstancias.
    Dos, que dicha discusión indica también no solo esa falta de estabilidad ideológica, sino el fracaso o el éxito parcial en la puesta en práctica
    de otros mecanismos y conceptos, destinados a posibilitar un acomodo
    donde no fuera necesario un imperativo absoluto —es decir, al menos en
    parte; porque desde el inicio el objetivo no fue una sustitución— de una combatividad a toda prueba, una militancia absoluta y una definición ideológica precisa.
    Por esa vía transitó el Gobierno cubano tras la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista, con el énfasis en el nacionalismo y el exaltamiento de los valores patrios (en la acepción adoptada por el
    centro del poder).

    Militantes y “centristas”
    Cabría señalar que, en última instancia, la aparición de este llamado de alerta no es más que la expresión de un determinado grupo o de ciertos individuos, pero la aparición del artículo de Enrique Ubieta en Granma y
    lo publicado en Cubadebate muestran una concordancia ante tal
    preocupación, por parte del Gobierno.
    Se llega así a uno de los puntos claves que evidencia esta alarma y el
    debate consecuente, y es la dificultad en mantener vivo un rechazo al capitalismo, y una actitud nada neutral, sino de militancia combativa;
    de apoyo más o menos activo, o al menos de acatamiento en la
    participación en la “construcción del socialismo” —que sea fingido es secundario— mientras el país avanza en una transformación que, a falta
    de una precisión mayor, muestra rasgos de un capitalismo de Estado.
    En este caso, la posición de Ubieta e Iroel Sánchez es profundamente reaccionaria, no en cuanto a una valoración política —que lo es— sino respecto a la realidad cubana. En su discurso de clausura en la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente Raúl Castro acaba de ratificar
    la permanencia, y continuación de desarrollo, del sector de producción
    no estatal.
    Para que en Cuba se adoptara a plenitud la actitud que ellos propugnan
    —queda a un lado si el acatamiento sería real o forzado—, la nación tendría que adoptar una forma de gobierno y una realidad social,
    cultural e ideológica similar a Corea del Norte.
    Pero resulta que Cuba no es ni avanza hacia una Corea del Norte, y una afirmación de este tipo no demerita una posición anticastrista, como
    tampoco lo es el renunciar a la bobería de hacer un llamado a volver a
    incluir a Cuba en la lista de países terroristas.

    El “centrismo” o la teoría de la “tercera vía”
    Aunque el tema del “centrismo” no nace ahora —se remonta a poco más de un año atrás—, llama la atención su desarrollo en un momento en que la política cubana, de la nueva administración estadounidense, o al menos
    lo poco que de la misma que se ha puesto en práctica, o tiene aprobada ejecución en los próximos meses, parece transitar por un rumbo distinto
    al del anterior mandatario.
    Si bien el Gobierno de Donald Trump no rehúye el diálogo con La Habana, tampoco se muestra inclinado a estimularlo desde el interior de la Isla.
    Todo lo contrario, su base de lanzamiento ha sido el sector más
    recalcitrante —y en desventaja biológica— del exilio.
    Tal llamada de alerta resultaría más lógica dentro de una continuación
    de la vía emprendida por el expresidente Barack Obama, de empoderamiento
    del ciudadano y apoyo a la sociedad civil, y no con un tibio retorno,
    por parte de Estados Unidos, a una posición propia de la Guerra Fría.[1] Asistimos entonces a una puesta en escena donde se rumian rencores y
    furias que no obedecen tanto a un peligro desde fuera —aunque algunos ponentes se empeñan en lo contrario— sino a una situación nacional. Más allá de los ataques personales y el enfoque encarnizado en determinados actores, y la respuesta de quienes originalmente se han visto
    involucrados, la cual ha dado origen a una discusión más amplia, hay un arrastre larvado que, de alguna manera, ha encontrado que ahora es la
    ocasión de manifestarse a plenitud. Quizá porque piense que las causas exteriores —la administración Trump— podrían propiciar un cambio de situación, y es el momento de entrarle a fondo, o por considerar que ese “centrismo” o “tercera vía” experimenta un desarrollo mayor, con independencia de la supuesta fuente de origen, y hay que hacer algo al respecto.
    Así se ha desembocado en una exposición variada que, en cierto sentido,
    sirve como termómetro para conocer la naturaleza y posibilidades de lo
    que podría considerarse —con las limitaciones conocidas— un debate intelectual en Cuba.

    Los límites del debate
    Sobre dicho debate vale la pena señalar varios puntos:
    - A diferencia de ocasiones anteriores, en estos momentos Cuba no cuenta
    con una publicación idónea para una discusión de esta naturaleza. Cubadebate, que supuestamente estaba destinada a cumplir esta función en
    un formato digital, es más un órgano de difusión —o propaganda— que de análisis. A diferencia del exilio, o la prensa independiente dentro de
    la Isla, el Gobierno cubano ha descuidado esta tarea, que algún que otro
    blog ha terminado ocupando.
    - El debate ideológico en Cuba no puede prescindir del “argumento de autoridad”. Además de evidenciar el viejo pecado original de mucha discusión supuestamente en términos marxistas —que en la práctica
    siempre ha derivado en pura escolástica o catecismo parroquial— esta práctica hace fácil a quien la emplea el “justificar” sus puntos de vista, pero encierra siempre el peligro de la falacia: defender algo
    como verdadero porque quien es citado, como parte de la argumentación,
    tiene autoridad en la materia. Como dato curioso, vale indicar la
    disminución o ausencia de citas de Fidel Castro en los textos
    analizados, aunque aún no se puede eludir su mención.
    - El empleo recurrente de otro vicio típico en la discusión intelectual oficialista cubana: un supuesto historicismo que lleva a meter en el
    mismo cartucho los datos más disímiles, las fechas más absurdas y los
    hechos más traídos por los pelos; simplemente para ganar —o mantener—
    una aprobación oficial o partidista. En este caso, varios textos han
    dedicado varios párrafos a recordar la tesis del autonomismo en el
    proceso independentista cubano. Uno podría extrañar que con igual
    justicia no se hablara de la pasividad de taínos y, sobre todo, siboneyes.
    - La recurrencia a una exaltación “revolucionaria” propia de otra época, en la actualidad ausente no solo en Cuba sino en todo el mundo. En
    ocasiones, se cae de lleno en el ridículo. Uno de los textos sobre el
    tema se inicia de esta manera: “En los momentos actuales en que se
    acrecienta la lucha ideológica de las fuerzas revolucionarias contra el imperialismo...”.
    - La torpeza, causada por el recurrir a los vicios mencionados, y otros adicionales, que lleva a tratar al asunto por las ramas, sin llegar
    nunca al centro del problema. Aquí la pereza se mezcla con el temor.
    - El error de acumular conceptos tergiversados para brindar un panorama
    donde se oculta mucho y lo que se dice está mal dicho. Sirva un ejemplo:
    “El diseño para su aplicación en Cuba tiene el sello made in USA. Entre
    sus principios están fomentar una clase media en Cuba que se separe de
    las mayorías; promover un sector no estatal sin el control del Estado de
    tal manera que cambie la actual estructura social; transitar por un
    camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo que permita
    alcanzar un consenso entre los revolucionarios y los
    contrarrevolucionarios, como si en las condiciones históricas de Cuba
    pudiera ocupar espacio una tercera posición; además, generar reformas
    socio políticas de corte burguesas y neoliberal”. Al no negarse la posibilidad del desarrollo de una clase media en Cuba, porque entonces
    se entraría en contradicción con la actual política del Gobierno, se
    recurre a una figura esquiva: que esta clase media no se “separe” de las “mayorías”. O el mencionar que se debe evitar la promoción de un sector no estatal no controlado por el Estado. Hasta en Estados Unidos bajo
    Trump el Estado controla al sector no estatal. También está el problema
    de las definiciones: “contrarrevolucionarios” son, simplemente, los que
    no son “revolucionarios”; las reformas serían de corte “burguesas” y “neoliberal (sic)”, sin admitir otras variantes; las “condiciones históricas de Cuba” —un mantra agotado por el oficialismo— no permiten otras opciones.
    - La narración que sigue el estilo del expediente policial en la argumentación: “El 14 de mayo del 2004 a las 16:00 horas se reunieron en
    la residencia de un funcionario estadounidense, destacado en la Sección
    de Intereses de los Estados Unidos en la Habana (SINA), Francisco Sáenz,
    un grupo variopinto de funcionarios yanquis, funcionarios diplomáticos
    de países aliados del gobierno de los Estados Unidos y oficiales de la CIA”. - La aparición aislada de una opinión que remonta a los conceptos de
    patria y nación, a que se hace referencia más arriba en este análisis:
    “De todas formas, no hay que ser socialista para vivir en Cuba y gozar
    de los derechos que implica la condición de ciudadano. Esto incluye el
    respeto a la manera de pensar de estas personas y las prerrogativas de expresarla. La unidad nacional no se debilita con esta práctica, sino
    que se fortalece, mediante la inclusión de todos aquellos que, definidos
    a partir de lo que no quieren para el país, pueden ser considerados patriotas” Pero esta mención termina siendo un llamado único a la racionalidad, en medio de una serie de textos que desbordan de una
    actitud que bordean o caen de lleno en el “talibanismo”.

    Sin esperanzas
    La lectura, engorrosa por momentos de estos textos, en su mayoría
    opuestos al “centrismo” o de rechazo a una “tercera vía”[2], y de algunos que podríamos considerar más centrados, aunque no declarados en
    el centro, agrupa a un conjunto variopinto de participantes. Unos pertenecientes al conjunto de la tradicional intelectual orgánica y
    otros de generaciones posteriores. Más allá de la diferencia de matices,
    poco queda a la hora de sostener esperanzas. El verdadero debate
    intelectual sobre el futuro de Cuba continúa siendo una asignatura
    pendiente. Y esto no es una opinión, es una realidad.

    [1] Que la posición de Obama siempre fue vista con un peligro,
    ideológico y político, por parte del Gobierno cubano, acaba de
    ratificarlo el presidente Raúl Castro. En su discurso de clausura al IX Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la Asamblea
    Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 14 de
    julio de 2017, y dentro de una crítica a la posición adoptada por Trump, dedicó una línea a reprobar a Obama: La historia no puede ser olvidada,
    como a veces nos han sugerido hacer.
    [2] Queda para otro artículo el análisis de los textos de a quienes se
    acusa de estar a favor del “centrismo” o son partidarios de “una tercera vía”.

    Source: Sobre un debate intelectual poco centrado - Artículos - Opinión
    - Cuba Encuentro - http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/sobre-un-debate-intelectual-poco-centrado-330036

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