• El final de una pesadilla

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    El final de una pesadilla
    Entre todos los “experimentos” y megalomanías que ha sufrido Cuba, el de las “escuelas en el campo” es el que ha dejado huellas más profundas y terribles
    Waldo Acebo Meireles, Miami | 18/07/2017 10:31 am

    Los últimos 50 y tantos años han sido una verdadera pesadilla para la
    nación cubana, pero dentro de esa gran pesadilla una algo más pequeña
    pero no por ello menos terrible y de consecuencias nefastas, al fin
    terminó: las llamadas “escuelas en el campo”.
    Después del fracaso de la “Zafra de los 10 Millones”, al parecer no teniendo otra cosa en que entretenerse, el “máximo líder” se lanzó en una nueva aventura que le costaría a la nación billones de dólares,
    millones de sufrimientos y cientos de miles de jóvenes con serias deformaciones de carácter y un profundo deterioro moral y espiritual.
    Entre todos los “experimentos” megalómanos que ha sufrido el país, este de las “escuelas en el campo” es el que ha dejado huellas más profundas
    y terribles ya que actuó sobre la mente y el alma de lo más valioso que
    tiene cualquier sociedad: la juventud, y sus consecuencias, se
    extenderán malignamente en el futuro, ya que afectó y afectará la psicología de nuestra sociedad.
    En plano económico quizás también fue de los más costosos, probablemente
    el más costoso en recursos financieros y materiales. Se construyeron
    cientos de escuelas y la mayor parte de ella, ya que no en su totalidad, estaban dotadas de un equipamiento de primera clase, esto hay que
    reconocerlo. Laboratorios de biología, química, y física con un
    instrumental científico excelente comprados con moneda fuerte en su
    mayoría, talleres para la educación laboral con herramientas y
    maquinarias en su mayoría de grado profesional, no simplemente docente.
    De todas esas maravillas no queda ni el recuerdo, podríamos explicarnos
    por qué esos talleres con sus preciadas herramientas, imposibles de
    adquirir en el mercado legal, fueron desapareciendo casi de inmediato.
    Pero qué explicación le podemos dar al vandalismo, o el hurto, de instrumentos científicos, como cristalería de laboratorio, microscopios, balanzas analíticas y un larguísimo etcétera.
    Muchas escuelas fueron dotadas con bandas de música, cuyos instrumentos: bombos, platillos, tambores y redoblantes fueron adquiridos en
    Inglaterra, y las trompetas en Austria, naturalmente también en moneda
    fuerte y a elevados precios. Sospecho que esos desaparecidos
    instrumentos musicales habrán nutrido algún que otro combo de
    aficionados, por lo menos tuvieron algún uso práctico.
    Las edificaciones, a base de paneles de concreto prefabricado, no
    quedaron indemnes a la pasión destructiva y vandálica, por decir lo
    menos; los interruptores eléctricos eran desarmados, no solo con la
    intención de apropiárselos, era y es otro renglón deficitario en los comercios, sino para producir chispas al poner los cables en corte
    circuito y así encender cigarrillos, recipientes con alcohol para
    calentar agua, y otros diversos usos.
    Ventanales y puertas sacados de sus marcos y la madera utilizada como combustible para cocinar algún que otro pajarillo, u otros animales que prefiero ni mencionar, o calentar agua para el baño, en ocasiones esas primitivas fogatas se realizaban dentro de los mismos albergues. ¡La
    barbarie!
    Todas estas acciones impactaron las mentes de los jóvenes, el hurto, el
    robo de los almacenes de alimentos, el irrespeto a la propiedad, la destrucción deliberada y consciente de los medios puestos a su
    disposición, prepararon, y bien que los prepararon, para su integración
    a la sociedad de los adultos, teníamos ya al “hombre nuevo”.
    Pero esos aspectos no fueron los únicos integradores de las afectaciones
    a la personalidad de los alumnos-víctimas, la lista es larga: el
    aprendizaje de que sólo con fraudes se pueden alcanzar esas notas y promociones increíbles en cientos de escuelas; la pérdida del pudor en
    las jovencitas que tenían que bañarse, o realizar sus necesidades fisiológicas, en baños sin cortinas o puertas; la temprana iniciación
    sexual de hembras y varones en muchos casos en lo que, no queda más
    remedio, que llamar orgías colectivas o grupales; las violaciones tanto
    de hembras como de varones; el truque de favores sexuales por notas u
    otras ventajas; el espectro es amplio, desolador y devastador.
    A estas terribles situaciones se le añade el uso de la violencia como
    método sistemático en la lucha por la supervivencia, la ley de la selva, auspiciada, protegida y recompensada por las direcciones de los centros
    que utilizaban esos alumnos-matones para el control de la disciplina
    [¿qué disciplina?] en los albergues y otras áreas. En muchos casos hasta esos miembros de las direcciones, y los profesores, temían subir a los albergues, y no solo al de los varones, el matonismo también imperaba
    entre las hembras.
    Una versión ampliada y aumentada de El señor de las moscas, de W.
    Golding. La ley del más fuerte generaba situaciones espeluznantes donde
    no faltaron las pérdidas de vidas humanas, o las lesiones graves,
    provocadas por las riñas y venganzas. Los más débiles se veían sometidos
    a presiones y tensiones propias de una penitenciaría, ese era su
    aprendizaje, su bautismo de fuego. Esos infelices en ocasiones
    merodeaban por los alrededores buscando donde dormir, aunque parezca una exageración; llevaban consigo sus pocas pertenencias, eran como nómadas tratando de evitar las prácticas serviles y abusivas a las que se veían sometidos.
    A todo lo anterior habría que agregar la ruptura de los vínculos con el hogar, la separación de los jóvenes de sus padres que en ciertos
    contextos se podía extender hasta por un mes o más, erosionando así la estructura básica de toda sociedad: la familia
    Con ello se logró el “sano” propósito de crear mentes dispuestas a la esclavitud, a la ignominia, a los bajos instinto, a la delación, a las acciones más deleznables, a la violencia, participando activamente en el
    daño antropológico que afectará por generaciones a la sociedad cubana.
    Ese es, y será, el legado de esa monstruosidad que ahora, sin señalar responsabilidades, prácticamente ha terminado dejando horribles penas,
    sin la más mínima gloria.

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